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EL ANILLO

CONVERSACIONES EN LA PENUMBRA

CONVERSACIONES EN LA PENUMBRA

No era yo. Era la impaciencia quien movía mis dedos. Tamborilearon sobre el blanco lienzo que cubría la mesa, desfogándose de las ganas de acariciarte. Y mientras hablábamos de tus planes para el domingo, nos fuimos quedando solos en el restaurante. Tus ojos tenían la viva llama de una niña. Y brillaban cuando me contabas cómo descubriste aquel remanso en el río, durante el sábado anterior. Y tu voz tenía el sonido fresco del agua. Y se me antojó igual al ruido del grifo del patio de mis abuelos. Cuando tenía 6 años y me bañaba en aquel viejo barreño.

(No continuará)

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